miércoles, 16 de mayo de 2012

20 confesiones



Vengo a confesarles 20 cosas que probablemente no sabían de mí. A menos que sean mis mejores amigos o algo así y me estén leyendo. Así no vale.

1. Ya no le tengo tanto miedo a la oscuridad. Ya puedo dormir con la cabeza fuera de las sábanas.
2. Voy como cuatro años intentando dejar de comerme las uñas. No he tenido mayores resultados, aunque durante las vacaciones suelo tener las uñas largas y luego me las como cuando empiezan las clases.
3. Antes escuchaba mucho Slipknot, pero ahora no recuerdo ninguna de las canciones.
4. He pasado por tres colores favoritos según recuerdo: azul, negro y morado.
5. Tengo un peluche de un lobo/siberiano desde que tengo memoria y se llama Wufwuf. Está sentado sobre mi tocador.
6. Mutilé un oso de peluche y lo convertí en un oso zombie. Me causó algunos problemas. Larga historia.
7. Cuando era muy chica (5 ó 6 años) recuerdo que tenía el cassette de Pies descalzos de Shakira. Era negro. Cantaba a todo pulmón y mi hermano me gritaba que me callara.
8. Tomo mucha manzanilla y hierba luisa con miel. Lo que una amiga llama "mis hierbitas".
9. Tengo el colesterol alto y por lo tanto tengo una dieta algo controlada. Digo "algo" controlada porque en verdad no puedo no comer grasas por siempre. Son tan ricas.
10. Mi papá me dice "flaca" y mi mamá me decía "pulga", ahora me dice "bebita". Mi hermano me dice "Manita".
11. No me gusta admitirlo, pero a veces escucho algunas canciones de Alejandro Sanz y de Arjona. Además, estoy convencida que esto les sucede a todos pero nadie lo quiere admitir.
12. La mayoría de mis carteras eran de mi abuela.
13. No sé si todavía puedo, pero cuando era chica doblaba la pierna de una manera en la que hacía sonar mi rodilla. Daba nervios.
14. He subido el Huascarán, le he dado la vuelta al lago Titicaca, he visitado toda la costa del país pero nunca he ido a Disney. Ni a Estados Unidos más que al aeropuerto de Miami y el de New York, ahora que lo pienso.
15. Por un verano corrí olas en San Bartolo y me sentí una chibola bien chévere.
16. Antes dibujaba y pintaba mucho, incluso consideré estudiar Arte.
17. También consideré estudiar Literatura.
18. Decidí estudiar Biología en un viaje de estudio del colegio a Tambopata en cuarto de media. Vi la naturaleza, respiré la humedad y pensé: "No podemos perder esto".
19. No me gusta el sonido de las sirenas, siento que alguien está mal y no puedo ayudarlo.
20. Me gusta más escribir que aprender muchas cosas de biología.

Listo, otra lista de cosas random. Ahora me conocerán un poco más, ¿supongo? Es una entrada light porque estoy escribiendo otra que no sé si publicar...

sábado, 12 de mayo de 2012

Visita


Caminas por estas calles, Laura, y sabes que no es una buena idea. ¿Recuerdas la última vez que pasaste por aquí? Llorabas mares y odiabas al mundo. Caminabas con el alma hecha pedazos y arrastrando tus ilusiones por el suelo. Hoy te veo diferente, sí, pero no entiendo tu propósito. Sé que tienes cosas qué decir y que no quieres callar. Sé que sientes que él debería saberlas. Sé que crees que escucharlas lo ayudará, pero me preocupa tu frágil corazón, Laura. No creo que soporte mucho más de esto.

Ya llegaste a su puerta, ¿qué vas a hacer? Tu instinto te dice que corras, que regreses a casa, que te escondas bajo tus sábanas y llores con rabia tu cobardía. Yo te diría que hagas lo mismo, exceptuando la parte de llorar. Tu corazón palpita rapidísimo, sientes que va a reventar, pero ya lo has sentido reventar muchas veces, ¿no? Reventar del amor tan grande que sientes por él, reventar de la tristeza profundísima que te causó esa noche de diciembre. El corazón no revienta, Laura, y menos por emociones. Es un músculo fuerte, fuerte como debes serlo tú.

Te atreviste a tocar el timbre, ahora sí creo que te has vuelto loca. Tu corazón en verdad se ha vuelto un caballo de carrera. Tun-tutún. Tun-tutún. Y eso que pensábamos que no podía latir más rápido. Te mueres de los nervios, ahora sí consideras como una excelente idea el salir corriendo hasta que las piernas se te caigan. Los segundos pasan lentos, ¿o han pasado minutos? Dios, ¿cuánto se puede demorar éste hombre en abrir la puerta?  Siempre se demoraba por todo, ¿no? Siempre llegaba tarde y eso te molestaba mucho porque tú eres demasiado impaciente, Laura. Tú no sabes esperar así como no has sabido esperar a que se cure tu corazón.

Aparece tranquilo desde la sala. Tú, parada afuera de la reja, lo ves antes de que él te vea. Por esos diez o veinte pasos que da antes de verte, lo miras sin temor. ¡Deja de aliviarte el alma con su imagen! ¿No ves que ya no es tuyo? Aún así inspeccionas cada parte de su cuerpo, no ha cambiado nada. Tiene el pelo más largo, está un poco más gordo. Sigue siendo el hombre con el que sueñas todas las noches. No te entiendo, Laura, pensé que habías mejorado, pero te veo acá parada afuera de su reja jugando con tus manos y alegrándote el corazón con el brillo de sus ojos. Deja de amarlo, Laura.

Ya te vio, paró en seco. Puso esa estúpida cara de culpa, de pena. Tu corazón se dio un triple salto mortal y ya te olvidaste de todo lo que viniste a decirle. Te olvidaste de todas las palabras cuidadosamente elegidas y ensayadas que le querías decir. Se borró todo, hasta la alegría del corazón que te causó hace unos segundos. Se borró todo de tu mente y fue reemplazado por esa cara de pena. Como si fueras un cachorrito que dejó en la calle a su suerte y que no tiene cómo cuidarse. Como si se sintiera mal por no poder amarte como tú lo amas. Como si se sintiera mal de que sigas enfrascada en éste amor ridículo. ¡No entiendo cómo puedes amarlo, Laura!

Se miran por unos segundos, él con su cara de pena y sorpresa y tú luchando contra las lágrimas que invaden tus ojos y contra las ganas de saltar a besarlo.  Él inmediatamente baja la mirada, como siempre. Se mete las manos en los bolsillos y, levantando un poco la mirada te dice: “Hola”. Te ha dado rabia su porte de culpa y su cara de pena y por eso te has llenado de valentía. Vas recordando algunas de las palabras que has ensayado durante toda la semana. “Hola, ¿qué tal?”, le dices. “Quiero conversar contigo, ¿me dejas pasar?”. Muy bien, muy bien, Laura. Sonaste segura, convincente. No se te quebró la voz aunque por dentro se te esté quebrando el alma.

Te dice: “Ehh… Ya, si quieres”, y te abre la reja. “Si quieres”, siempre “si quieres”. Y, ¿qué quiere él? ¿Qué te vayas corriendo hasta tu casa y no salgas nunca más? ¿Quiere no volver a verte ni saber de ti? Pregúntale, Laura, tal vez no responda nada, de nuevo. Tal vez te diga, una vez más, “lo que tú quieras está bien”, pero guarde rencores luego. Pregúntale, Laura. ¿No lo harás? Bueno, pero no me digas que no te advertí. Sigo pensando que es una mala idea, aún estás a tiempo de regresar a casa y ver alguna de tus series para escaparte un rato de la realidad. Está bien, sientes que tienes que hacer esto. Entonces te apoyo.

Entras por la reja, pasas muy cerca de él. Ahora sí que quieres abrazarlo, pero no te atreves. Sabes que no deberías, que ni siquiera deberías estar ahí molestando, pero si es que has llegado a tantas conclusiones, crees que deberías comunicárselas. Ay, Laura, este amor te ha vuelto loca, estoy segura. Lo sigues, entran a la sala, te sientas en uno de esos sillones comodísimos. Ya no hay vuelta atrás. Recuerda todas esas palabras que ensayaste en tu mente todo el día, esas que no te dejaron rendir bien en los parciales y que te quitan el sueño en la noche. No, no recuerdes eso. No recuerdes cuando dormían abrazados en esos precisos sillones. Déjalo ir, Laura. Olvídate de una vez.

Él se sienta en el otro sillón, te deja sola en el de tres personas y se sienta en el de dos. Coge uno de los cojines y lo abraza. Es su maniobra de defensa, ya lo sabes bien. Él mira al piso y de cuando en cuando levanta la mirada hacia ti. Tú estás sentada en el borde, arqueada, jugando con tus manos. Pasa un minuto eterno y sabes que él no dirá nada así que empiezas…

“No quería molestarte, en verdad, perdón por venir así. Es que he estado pensando mucho y quería hablar contigo. No vengo a pedirte que regreses, jajaja, no me mires así. Es sólo que hasta ahora no entiendo bien las cosas y eso me mata. Yo sé que ha pasado algún tiempo, tú estás bien, ¿no? Qué bueno, qué bueno… Pues, estaba pensando que de repente no te traté bien, que te pasé mi estrés por el ciclo y mi malhumor. Lo siento, en verdad.

Aparte, estaba pensando… Vivimos demasiado en muy poco tiempo. En menos de un año pasamos por demasiadas cosas, en especial por mi parte. Vivimos todo muy rápido, nos conocimos demasiado y entregamos todo lo que teníamos. Al final, en 8 meses se te acabó todo para dar, aunque yo igual quería compartir toda mi vida contigo. Y es que mi vida es tan amplia, ¿no? Todos los días aprendo cosas nuevas y entretenidas y siempre tengo historias que contar. No digo que tu vida se aburrida, ni nada, pero a veces creo que piensas que lo que te pasa no es digno de contarlo porque no es entretenido. No sé, yo sólo pienso.

Lo que quiero decir es que comprendo que al final no hayas tenido nada más que compartir o que no hayas querido compartirlo conmigo. Lo que no entiendo es por qué tenías que ir con ella. No te guardo rencor, te lo juro, no te odio. Sólo que en verdad me rompo la cabeza pensando en por qué fuiste con ella. Más o menos lo entiendo y está todo bien. Me hirió, me dejó un hueco en el autoestima, pero está todo bien. Te juro que estoy bien, no te disculpes más. Perdón si soné demasiado autoritaria al decir eso. Bah, ya no sé.

Quieres que seamos amigos y en verdad yo no puedo cumplir eso. En especial porque yo soy siempre la que te habla por el chat y la que se acerca a saludarte cuando nos encontramos. No sabes ser amigo mío más de lo que yo sé ser amiga tuya. Discúlpame decirlo, pero es recontra estúpido, en serio. De repente en un tiempo, ¿no? Nunca se sabe.

Y, bueno, eso era lo que yo pensaba. Sólo quería decirte eso. Ahora me voy que voy a salir con mis amigos. ¿Me abres la reja?”

Te felicito, Laura, no lloraste. Pero siento cómo se te rompe el alma en mil pedazos más. Es tu forma de despedirte de él de una vez, ¿no? ¿Eso haces? Caminas con todo el porte del mundo hacia la reja. Lo miras, le sonríes. Actúas demasiado bien, no se va a dar cuenta que te estás rompiendo. Te despides, le das un beso en la mejilla y le dices: “Gracias por conversar conmigo”, aunque la que conversó fuiste tú sola. Sales y escuchas que él cierra la reja. Sigues caminando hasta la esquina y te volteas a mirar esa casa que fue tu segundo hogar por muchos meses. Él no está en la reja mirándote, ya regresó a su cuarto probablemente para contarle a algún amigo lo sucedido. Ya no te va a mirar hasta que desaparezcas por la esquina esperando a que te voltees para lanzarte un “beso volado”.  Acostúmbrate, Laura, es así.

Por si acaso esperas hasta doblar la esquina para que no te vea y te desplomas a llorar. Es difícil decir adiós, Laura, pero estás siendo fuerte. Llora un poco más apoyada en esa pared, lo necesitas. Necesitas dejar que fluyan los sentimientos que guardaste mientras le hablabas. Los dejas salir en lágrimas amargas, amargas por el amor que amas y que se está pudriendo dentro de ti. Ya, ya calmaste todos esos sentimientos con sollozos. Levántate, se fuerte.

Ahora, sigue caminando por estas calles y espero que no regresemos nunca más. Hoy te veo diferente que la otra vez, en serio. No estás llorando mares, ya lloraste lo que necesitabas llorar. No odias al mundo porque estás tranquila contigo misma. Qué bueno que esto te haya ayudado en vez de derrumbarte. Te veo más tranquila, creo que ahora sí puedo decir que estás mejor. ¿Eso era todo lo que necesitabas? ¿Pensar y conversar? Pues te has tardado tu tiempo pensándolo, pero me alegro de tenerte de vuelta.

Sé que puedes sentir los pedacitos de tu alma reordenándose y fusionándose. Te tengo de vuelta, Laura.

martes, 8 de mayo de 2012

El ciclo del amor



Hoy estuve conversando con una muy buena amiga mía y quedamos en algo.

Primero nos convencen de amarlos. Nos cortejan y nos persiguen y se venden como si fueran lo mejor del mercado. Nos convencen que con ellos no tendremos penas, que nos harán felices siempre, que se quedarán. Nos llaman, nos mandan mensajes de texto y nos hablan en el chat de Facebook (o en el BBm o Whatsapp para ustedes con Blackberry o smartphones). Nos hablan, nos hacen reír, pasean con nosotras y en verdad nos hacen felices hasta que eso que era sólo un gusto tonto se vuelve mucho más.

Hacen de nuestra vida un mar de felicidad. Nos llenan de besos y abrazos, nos dejan conocerlos y dejamos que nos conozcan. Terminamos sabiendo todo de esa persona, desde cada cicatriz de su cuerpo y cómo se la hizo hasta las locuras que hacía de niño. Creamos vínculos con sus amigos y familiares, nos llenamos el corazón de recuerdos. Llega un punto en el que pensamos que si pudiéramos vivir toda la vida así, terminaríamos en el mundo de los Teletubbies y todos serían ositos cariñositos.

Entonces, nos enamoramos perdidamente. Esperamos con ansias a que llegue el momento de verlo sólo para disfrutar un rato de su sonrisa, de su compañía, de su calor. Olemos nuestra ropa o nuestras sábanas porque quedaron impregnadas con su olor. Releemos sus mensajes de texto o del chat y recordamos cada palabra de lo que dice sólo para perpetuar su presencia un poco más. Volvemos a ver el preciso instante en el que sonrió y se formaron esos huequitos en sus cachetes una y otra vez en nuestras mentes. Recordamos detalles del día que podrían interesarle para poder contárselos y pensamos permanentemente: "Si él estuviera aquí...". Nos falta el tiempo para estar con él y necesitaríamos más horas en el día para pensar en él todo lo que quisiéramos pensarlo. Las horas sin él se pasan lento y las horas con él parecen minutos. Nunca es suficiente tiempo con él, podríamos estar con él por siempre.

El amor es hermoso, eres feliz. Nos arrancamos el corazón y se lo entregamos en bandeja de plata, bajamos la guardia. Sabemos que nos puede hacer daño, pero confiamos en que no lo haga. Amamos a más no poder, amamos todo de él. Y él también te ama, dice, y lo sentimos así. Damos todo lo necesario, todo lo que tenemos a la mano. Entregamos todo lo que podemos porque esa persona se lo merece. Entregamos todo por su felicidad y por la felicidad que nos da. Moldeamos nuestra vida para hacerle espacio al gran amor que sentimos, para darle un lugar enorme y especial a la persona que amamos. Sabemos que vale la pena hacer todo lo posible por él, nos preocupamos y nos desvivimos por él. Somos felices, somos muy felices y disfrutamos cada segundo del amor que sentimos.

Luego, se va. No importa si fue poco a poco o de pronto, nunca estamos preparadas. No importa si es que lo supimos desde siempre porque ya sabíamos que "todo termina", que "todo es momentáneo". El punto es que se va y nos deja en un mar de dudas. Dudas que no parecen resolverse por más que las pensemos y las lloremos y las racionalicemos. No sabemos qué hacer ni dónde escondernos de lo que sentimos. Queremos culparlo por irse, por nuestro sufrimiento. Al final, él fue el que nos convenció de amarlo, él fue el que nos prometió tanto. Si él nunca nos hubiera convencido de amarlo, no tendríamos por qué sufrir.  Eso no tiene sentido, sólo nacen más preguntas. Recurrimos a los demás para pensar en conjunto, para que nos ayuden a entender qué es lo que pasó, para que nos den las respuestas que buscamos como si fueran genios de lámparas y lo supieran todo. Obviamente sólo pueden ofrecernos algunas palabras reconfortantes y opiniones propias que ya depende de nosotras si creer o no.

Sufrimos y pensamos y sufrimos. Depende de la persona y la relación cuánto dura el sufrimiento pero, aunque no queramos admitirlo o mostrarlo, todas sufrimos. Algunas sufrimos más que otras, algunas terminamos heridas, con cicatrices. Algunas no pueden volver a comer pollo a la brasa por meses y otras no pueden ver carros azules. Todas sufrimos distinto. Eventualmente el sufrimiento para, sea porque nos cansamos de sufrir o porque se nos acabaron los sentimientos qué sufrir. Todo vuelve a su lugar, ya no lloramos, encontramos otros temas de conversación que no sean nuestras dudas terribles. Encontramos nuestras respuestas o simplemente ya no nos duelen las preguntas. Ya no lloramos solas sentadas en nuestros cuartos ni cuando el mundo no nos ve, echadas en nuestras camas intentando dormir. Somos libres de las dudas y de la culpa y entonces decidimos aprovechar nuestro tiempo.

Nos olvidamos de todo, o nos convencemos que lo olvidamos y nos lo creemos. Dejamos de pensar en él, no recordamos su sonrisa, nos deja de importar lo que hace y con quién. Disfrutamos de algún tiempo de soltería, la duración de ese tiempo depende de la persona y la ocasión. Llenamos el tiempo con amigos, nos enfocamos más en otros proyectos, volvemos a dirigir nuestra vida hacia nosotras mismas. Vivimos tranquilas, nos amamos a nosotras mismas y hacemos lo que queremos. Eventualmente, encontramos a alguien más que nos mueva el piso, que nos convenza que es lo mejor, que con él nunca tendremos penas. Y querremos empezar toda la historia de nuevo.

Y, al final, vale la pena sacarse el corazón y entregarlo y dejar que hagan lo que quieran con él. Que lo alegren y lo llenen de felicidad o que lo dejen en una esquina, olvidado. Vale la pena amar demasiado y entregarlo todo por esa persona que nos hace sonreír. Vale la pena intentarlo todo por esa persona que amas y por hacerlo sonreír. Vale la pena no ser corazón cobarde y sentir todo y quedarte con tantos recuerdos hermosos. Por eso no me arrepiento de nada y lo haría todo de nuevo.


La imagen es de Boris Vallejo.

domingo, 6 de mayo de 2012

Regálame



Regálame uno de esos amaneceres que tanto cuentas y deja que sea sólo para mí. Regálame un par de horas de tus ojos, de tu voz y de tu compañía. Que la noche se haga día y que no importe el tiempo que pase. No te permitas estar hermético y lejano. No tengas vergüenza. 

Regálame tu cielo estrellado, tu luna brillante, tus nubes vaporosas. Regálame tu horizonte, tu sol, tu luna, tu infinito. Ilumina mis días y mis noches y embellece mi cielo. No dejes que mi cielo se nuble ni que llueva en el alma, no permitas que la lluvia se lleve los sentimientos. No dejes de ser tú, nunca.

Regálame tus palabras, esas que no sabes decir, esas que no entregas a nadie. Regálame los secretos de tu mente, los recuerdos que guardas, lo que más deseas. Dime lo que puedas decir, lo que quieras decirme, lo que quieras. Sólo dime algo y no calles lo que piensas.

Regálame un espacio donde encontrarte cuando te busco, un rincón de jardín donde escondernos, una esquina de la cama a la que no lleguen ni las sábanas ni el ruido. Regálame un pedazo del mundo que sea especial porque es tuyo y mío y no conoce a nadie más. Haz de ese lugar un lugar sagrado en donde el tiempo no pase y las cosas siempre cambien. 

Regálame tu sonrisa, por lo menos una vez más.

Aunque, en verdad, no tengo por qué pedir que me regales algo así que todo esto te lo regalo yo a ti.


No sé de dónde saqué la imagen, pero si saben de quién es, díganme.