domingo, 10 de noviembre de 2013

Madre

Mi madre me encontró acurrucada en la cama mirando la pantalla sin verla, con los ojos hinchados y respirando lentamente.
-¿Por qué estás acurrucada así? ¿Tienes frío?
Negué con la cabeza. Sentía el llanto regresar. Se acercó a la cama y me miró desde arriba, con pena.
-¿Fuiste a hablar con él?
Asentí con la cabeza. Definitivamente el llanto regresaba. Se sentó en la cama y miró hacia el techo, calculando sus palabras para no hacerme más daño.
-Si son cosas que no se pueden cambiar... Bueno, no se puede hacer nada, no sufras. Pero yo creo que ustedes los jóvenes tienen la palabra "terminar" en la punta de la lengua y la usan para cualquier cosa que pase. Al final, si se quieren y quieren estar juntos van a seguir regresando el uno al otro y seguirá pasando lo mismo. 
Me miró con muchísima pena porque ese siempre había sido mi gran error: sentir mucho. De alguna manera, si hubiera sido fuerte e insensible, yo hubiera sido mejor y más balanceada. Pero siempre fui un manojo de lágrimas y nervios, y mi madre jamás supo bien qué hacer conmigo.

Me preguntó si iba a cenar y se fue a su cuarto. El mundo se redujo a mi pequeño departamento en Miraflores y a las palabras sabias de mi madre.

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