Caminas por estas calles, Laura, y sabes que no es una buena idea.
¿Recuerdas la última vez que pasaste por aquí? Llorabas mares y odiabas al
mundo. Caminabas con el alma hecha pedazos y arrastrando tus ilusiones por el
suelo. Hoy te veo diferente, sí, pero no entiendo tu propósito. Sé que tienes
cosas qué decir y que no quieres callar. Sé que sientes que él debería
saberlas. Sé que crees que escucharlas lo ayudará, pero me preocupa tu frágil
corazón, Laura. No creo que soporte mucho más de esto.
Ya llegaste a su
puerta, ¿qué vas a hacer? Tu instinto te dice que corras, que regreses a casa,
que te escondas bajo tus sábanas y llores con rabia tu cobardía. Yo te diría
que hagas lo mismo, exceptuando la parte de llorar. Tu corazón palpita
rapidísimo, sientes que va a reventar, pero ya lo has sentido reventar muchas
veces, ¿no? Reventar del amor tan grande que sientes por él, reventar de la
tristeza profundísima que te causó esa noche de diciembre. El corazón no
revienta, Laura, y menos por emociones. Es un músculo fuerte, fuerte como debes
serlo tú.
Te atreviste a tocar el timbre, ahora sí creo que te has vuelto
loca. Tu corazón en verdad se ha vuelto un caballo de carrera. Tun-tutún.
Tun-tutún. Y eso que pensábamos que no podía latir más rápido. Te mueres de los
nervios, ahora sí consideras como una excelente idea el salir corriendo hasta
que las piernas se te caigan. Los segundos pasan lentos, ¿o han pasado minutos?
Dios, ¿cuánto se puede demorar éste hombre en abrir la puerta? Siempre se demoraba por todo, ¿no? Siempre
llegaba tarde y eso te molestaba mucho porque tú eres demasiado impaciente,
Laura. Tú no sabes esperar así como no has sabido esperar a que se cure tu
corazón.
Aparece tranquilo desde la sala. Tú, parada afuera de la reja, lo
ves antes de que él te vea. Por esos diez o veinte pasos que da antes de verte,
lo miras sin temor. ¡Deja de aliviarte el alma con su imagen! ¿No ves que ya no
es tuyo? Aún así inspeccionas cada parte de su cuerpo, no ha cambiado nada.
Tiene el pelo más largo, está un poco más gordo. Sigue siendo el hombre con el
que sueñas todas las noches. No te entiendo, Laura, pensé que habías mejorado,
pero te veo acá parada afuera de su reja jugando con tus manos y alegrándote el
corazón con el brillo de sus ojos. Deja de amarlo, Laura.
Ya te vio, paró en seco. Puso esa estúpida cara de culpa, de pena.
Tu corazón se dio un triple salto mortal y ya te olvidaste de todo lo que
viniste a decirle. Te olvidaste de todas las palabras cuidadosamente elegidas y
ensayadas que le querías decir. Se borró todo, hasta la alegría del corazón que
te causó hace unos segundos. Se borró todo de tu mente y fue reemplazado por esa
cara de pena. Como si fueras un cachorrito que dejó en la calle a su suerte y
que no tiene cómo cuidarse. Como si se sintiera mal por no poder amarte como tú
lo amas. Como si se sintiera mal de que sigas enfrascada en éste amor ridículo.
¡No entiendo cómo puedes amarlo, Laura!
Se miran por unos segundos, él con su cara de pena y sorpresa y tú
luchando contra las lágrimas que invaden tus ojos y contra las ganas de saltar
a besarlo. Él inmediatamente baja la
mirada, como siempre. Se mete las manos en los bolsillos y, levantando un poco
la mirada te dice: “Hola”. Te ha dado rabia su porte de culpa y su cara de pena
y por eso te has llenado de valentía. Vas recordando algunas de las palabras
que has ensayado durante toda la semana. “Hola, ¿qué tal?”, le dices. “Quiero
conversar contigo, ¿me dejas pasar?”. Muy bien, muy bien, Laura. Sonaste
segura, convincente. No se te quebró la voz aunque por dentro se te esté
quebrando el alma.
Te dice: “Ehh… Ya, si quieres”, y te abre la reja. “Si quieres”,
siempre “si quieres”. Y, ¿qué quiere él? ¿Qué te vayas corriendo hasta tu casa
y no salgas nunca más? ¿Quiere no volver a verte ni saber de ti? Pregúntale,
Laura, tal vez no responda nada, de nuevo. Tal vez te diga, una vez más, “lo
que tú quieras está bien”, pero guarde rencores luego. Pregúntale, Laura. ¿No
lo harás? Bueno, pero no me digas que no te advertí. Sigo pensando que es una
mala idea, aún estás a tiempo de regresar a casa y ver alguna de tus series
para escaparte un rato de la realidad. Está bien, sientes que tienes que hacer
esto. Entonces te apoyo.
Entras por la reja, pasas muy cerca de él. Ahora sí que quieres
abrazarlo, pero no te atreves. Sabes que no deberías, que ni siquiera deberías
estar ahí molestando, pero si es que has llegado a tantas conclusiones, crees
que deberías comunicárselas. Ay, Laura, este amor te ha vuelto loca, estoy
segura. Lo sigues, entran a la sala, te sientas en uno de esos sillones
comodísimos. Ya no hay vuelta atrás. Recuerda todas esas palabras que ensayaste
en tu mente todo el día, esas que no te dejaron rendir bien en los parciales y
que te quitan el sueño en la noche. No, no recuerdes eso. No recuerdes cuando
dormían abrazados en esos precisos sillones. Déjalo ir, Laura. Olvídate de una
vez.
Él se sienta en el otro sillón, te deja sola en el de tres
personas y se sienta en el de dos. Coge uno de los cojines y lo abraza. Es su
maniobra de defensa, ya lo sabes bien. Él mira al piso y de cuando en cuando
levanta la mirada hacia ti. Tú estás sentada en el borde, arqueada, jugando con
tus manos. Pasa un minuto eterno y sabes que él no dirá nada así que empiezas…
“No quería molestarte, en verdad, perdón por venir así. Es que he
estado pensando mucho y quería hablar contigo. No vengo a pedirte que regreses,
jajaja, no me mires así. Es sólo que hasta ahora no entiendo bien las cosas y
eso me mata. Yo sé que ha pasado algún tiempo, tú estás bien, ¿no? Qué bueno,
qué bueno… Pues, estaba pensando que de repente no te traté bien, que te pasé
mi estrés por el ciclo y mi malhumor. Lo siento, en verdad.
Aparte, estaba pensando… Vivimos demasiado en muy poco tiempo. En
menos de un año pasamos por demasiadas cosas, en especial por mi parte. Vivimos
todo muy rápido, nos conocimos demasiado y entregamos todo lo que teníamos. Al
final, en 8 meses se te acabó todo para dar, aunque yo igual quería compartir
toda mi vida contigo. Y es que mi vida es tan amplia, ¿no? Todos los días
aprendo cosas nuevas y entretenidas y siempre tengo historias que contar. No
digo que tu vida se aburrida, ni nada, pero a veces creo que piensas que lo que
te pasa no es digno de contarlo porque no es entretenido. No sé, yo sólo
pienso.
Lo que quiero decir es que comprendo que al final no hayas tenido
nada más que compartir o que no hayas querido compartirlo conmigo. Lo que no
entiendo es por qué tenías que ir con ella. No te guardo rencor, te lo juro, no
te odio. Sólo que en verdad me rompo la cabeza pensando en por qué fuiste con
ella. Más o menos lo entiendo y está todo bien. Me hirió, me dejó un hueco en
el autoestima, pero está todo bien. Te juro que estoy bien, no te disculpes
más. Perdón si soné demasiado autoritaria al decir eso. Bah, ya no sé.
Quieres que seamos amigos y en verdad yo no puedo cumplir eso. En
especial porque yo soy siempre la que te habla por el chat y la que se acerca a
saludarte cuando nos encontramos. No sabes ser amigo mío más de lo que yo sé
ser amiga tuya. Discúlpame decirlo, pero es recontra estúpido, en serio. De
repente en un tiempo, ¿no? Nunca se sabe.
Y, bueno, eso era lo que yo pensaba. Sólo quería decirte eso. Ahora
me voy que voy a salir con mis amigos. ¿Me abres la reja?”
Te felicito, Laura, no lloraste. Pero siento cómo se te rompe el
alma en mil pedazos más. Es tu forma de despedirte de él de una vez, ¿no? ¿Eso
haces? Caminas con todo el porte del mundo hacia la reja. Lo miras, le sonríes.
Actúas demasiado bien, no se va a dar cuenta que te estás rompiendo. Te
despides, le das un beso en la mejilla y le dices: “Gracias por conversar
conmigo”, aunque la que conversó fuiste tú sola. Sales y escuchas que él cierra
la reja. Sigues caminando hasta la esquina y te volteas a mirar esa casa que
fue tu segundo hogar por muchos meses. Él no está en la reja mirándote, ya
regresó a su cuarto probablemente para contarle a algún amigo lo sucedido. Ya
no te va a mirar hasta que desaparezcas por la esquina esperando a que te
voltees para lanzarte un “beso volado”. Acostúmbrate, Laura, es así.
Por si acaso esperas hasta doblar la esquina para que no te vea y
te desplomas a llorar. Es difícil decir adiós, Laura, pero estás siendo fuerte.
Llora un poco más apoyada en esa pared, lo necesitas. Necesitas dejar que fluyan
los sentimientos que guardaste mientras le hablabas. Los dejas salir en
lágrimas amargas, amargas por el amor que amas y que se está pudriendo dentro
de ti. Ya, ya calmaste todos esos sentimientos con sollozos. Levántate, se
fuerte.
Ahora, sigue caminando por estas calles y espero que no regresemos
nunca más. Hoy te veo diferente que la otra vez, en serio. No estás llorando
mares, ya lloraste lo que necesitabas llorar. No odias al mundo porque estás
tranquila contigo misma. Qué bueno que esto te haya ayudado en vez de
derrumbarte. Te veo más tranquila, creo que ahora sí puedo decir que estás mejor.
¿Eso era todo lo que necesitabas? ¿Pensar y conversar? Pues te has tardado tu
tiempo pensándolo, pero me alegro de tenerte de vuelta.
Sé que puedes sentir los pedacitos de tu alma reordenándose y
fusionándose. Te tengo de vuelta, Laura.